domingo, 28 de octubre de 2012

El observador de nubes

Neko in the countryside, by erregiro

Se podría decir que su jornada laboral era un tanto peculiar... y por eso resultaba fascinante observarle.

Neko bostezó con un gran gesto dramático y muy lentamente -para no molestar a su cuerpo aletargado por el sueño- muy lentamente, caminó hacia la ventana y corrió las cortinas. 

El sol amenazante se abalanzaba ya con fuerza sobre el porche de la casa: 

<<Serán exactamente, y con total seguridad, las dos en punto de la tarde>>.

Neko jamás usaba reloj, pero podía presumir de no equivocarse nunca. Tan sólo necesitaba observar el cielo durante unos pocos segundos para ubicarse en la franja horaria sin miedo a equivocarse. Y como era costumbre a ese lado del Mar, a las dos el cielo todavía estaba despejado, demasiado luminoso, con el sol en su cénit, todavía sin nubes...

Neko tenía aún, por lo tanto, tres largas horas para llegar a su puesto de trabajo. Podría comer en casa con total tranquilidad, con calma, cómodamente, pero Neko adoraba los rituales, y nada le resultaba más placentero que su ceremonial diario del take-away; tal vez por tratarse de la única escenografía de velocidad en su eternamente calmada vida. 

Preparó el tupper con agilidad -un bocadillo, algo de queso, fruta, una tableta de chocolate, (tal vez más tarde tuviese hambre)- y comprobó paso a paso que todas sus herramientas de trabajo estuviesen perfectamente preparadas: su vieja libreta moleskine, el siempre bien afilado lápiz del número dos b, la cámara polaroid -con su carrete de repuesto- y sus siempre impecables gafas de investigador, para no perderse un detalle de su bien conocido cielo.

En verdad, Neko jamás utilizaba ninguna de estas cosas para su trabajo, pero su mera presencia y preparación lo tranquilizaban enormemente. Esta vez, no se le escaparía ninguna. Las reconocería a la primera. No podrían engañarle.   

Y es que en verdad, ser un observador de nubes no es tan sencillo como podría parecer inicialmente. Tras ese poético nombre se esconden duras horas de soledad y estudio, y un minucioso trabajo de catalogación sólo al alcance de las mentes más organizadas.

La imaginación, por ejemplo, que a Neko nunca le había faltado, no siempre resultaba ser una buena virtud para el trabajo, ya que las creativas nubes siempre se han divertido jugando a tomar distintas formas, para engañar así a los espectadores más incautos. 

Pero Neko no lo era. Aprendió a distinguir a las diferentes nubes de su cielo desde muy pequeño y les otorgó los nombres por los que serían conocidas durante años a ese lado del Mar. Y aunque en sus descansos acostumbraba a jugar con ellas -dibujando las nuevas formas con las que pretendían sorprenderle e inventando historias sobre sus diversos destinos- durante el trabajo, Neko era un gran profesional: no regresaba a casa hasta haberlas reconocido y saludado a todas, para marcar en su mapa de nubes los caminos diarios de cada una y precedir las lluvias que llegarían pronto a saludarles.

Neko era el mejor observador de nubes que nunca hubiese existido... y por eso resultaba fascinante observarle.

viernes, 12 de octubre de 2012

Carnivàle

En otra época, el circo de sus padres había sido el más aclamado de todo el reino. O eso le habían contado.

Carnivàle creció entre gigantes y domadores, bailarinas, payasos y titiriteros, pero de todo el esplendor y la magia de antaño ya sólo quedaban una descolorida carpa y unas cuantas fotografías desgastadas, de más de treina roulottes, tan sólo cinco y de todos los animales exóticos apenas un recuerdo: Lewis, el elefante rosa de peluche que Libby, la última domadora, su gran amiga, le había regalado a <<la pequeña suerte circense>> poco tiempo antes de morir. 

De aquello hacía ya más de ocho años, pero aunque Carnivàle ya no se consideraba la suerte de nadie, jamás se separaba de su pequeño elefante.

- ¿No eres ya muy mayor para un osito de peluche? - le decía siempre su madre - ¡Yo a tu edad ya tenía mi propio número!

Y Carnivàle, deseando crear algo para la función de sus padres, pero paralizada por la pérdida de la magia, no podía más que abrazarse a Lewis y protestar en voz baja antes de comenzar a llorar:

- ¡Ni siquiera  es un osito de peluche mamá! No entiendes nada...

Pero su madre si que la entendía. Carnivàle estaba atrapada por el abandono del lugar, por ese polvo invisible que lo rodeaba todo y envejecía el ambiente, ese polvo maldito que había convertido en ceniza pálida a su querida niña, apagando la luz de sus ojos y robándole el color de su juventud.

- ¿Qué podemos hacer por ella? - se preguntaban sus padres a menudo. - Si Libby estuvise aquí, si al menos pudiese tener un amigo de verdad que despertase su don... Tenemos que alejarla de la nostalgia, despertar de nuevo la magia en ella... entonces, el polvo desaparecerá, ella tendrá su espectáculo y volverá la suerte.¿Cómo podemos lograrlo? ¿Qué más podemos intentar? ¿Qué haría Libby?

Libby, la anciana domadora, había sido algo más que la última amiga de Carnivàle. Descubrió el don de la pequeña mucho antes de que este naciese, y durante los cinco años que compartieron fue su educadora y su guía. Pero Lewis era lo único que quedaba de su recuerdo...

...Lewis, ese pequeño elefante rosa... 

Cuando su madre se lo quitó de entre las manos, Carnivàle ni siquiera se agitó en su sueño. Pero al despertar y no encontrarlo, la angustia la envolvió y se dedicó a buscarlo por todo los rincones de su rutina. Sin embargo, pronto comprendió que nada estaba en su sitio habitual, y la angustia se transformó en curiosidad. 

Descubrió su sorpresa en un pequeño rincón del campamento que, entre todos, habían preparado para la ocasión durante la noche. Allí, junto a un anciano roble, rodeado de farolillos de colores que adornaban cada una de sus ramas, habían instalado un pequeño palco adornado con sus colores favoritos y las danzantes figuras de algún olvidado tiovivo; que ahora la esperaban para cobrar vida de nuevo.

Reluciente y bonito como un pastel de cumpleaños, se accedía a su interior a través de una escalinata de baldosas amarillas que Carnivàle recorrió poco a poco, para descubrir, justo en su centro, el vestido más bonito que había visto en su vida. Rosa, como su pequeño elefante, pero repleto de la energía que aquel había perdido. <<Porque a veces -como Libby siempre decía-, la magia necesita cambiar de forma para que logremos encontrarla>>.
 
Y así fue como, rodeada de los rostros sonrientes de sus familiares y amigos, Carnivàle se vistió por primera vez su destino y comenzó a cantar con aquella suave y melodiosa voz que creía haber perdido, a bailar como de puntillas aquellos pasos que había olvidado y a ser de nuevo la suerte que su gente necesitaba...

...y se dice que su voz se escuchó por todo el reino, 
y que el circo de sus padres, volvió a ser lo que había sido.